EL MOLESTOSO: QUIEN LO VIVE ES QUIEN LO GOZA

En recuerdo a nuestro compañero Enrique Romero Cano (1958-2016)

Nuestro compañero Enrique Romero Cano falleció el pasado domingo 6 de noviembre a los 58 años de edad, víctima de una larga enfermedad. Con él, se ha ido una de las personalidades más indómitas y singulares que hayan pasado por este “curioso proyecto cultural”, como le gustaba describir a la emisora.

Llegó de Colombia a los veinti y pocos, dejando atrás las revueltas políticas de Bogotá. Recaló primero en Madrid pero el clima seco y la dureza de esa ciudad no le inspiraron. En Barcelona se presentó por casualidad y de forma provisional, como todo lo que acaba siendo definitivo. Empezó como director de comunicación en Amnistía Internacional y luego fue hilvanando un proyecto con otro, desde la industria textil hasta el diseño de moda, pasando por la edición gráfica, la producción musical y la promoción de eventos. Fundó El Manisero, una revista de música latina y le fue bien. Solía referirse a la publicación como el punto de encuentro con Alejandra Fierro Eleta, fundadora de Radio Gladys Palmera. Sería en una feria de discos, donde él representaba a un amigo que acababa de editar algunos clásicos musicales del Caribe.

En esta radio, Enrique ha tenido las más dispares encomiendas. Le gustaba especialmente todo lo que llevara negociación y tensión de por medio. Si no regateaba, peleaba o ponía una queja, ya no le interesaba. Fue locutor en Picadillo, product manager, organizaba saraos, llevaba la prensa, se encargaba de las sesiones de música, cerraba acuerdos de comunicación, opinaba de lo divino y lo profano y se ufanaba por que nada saliera de forma chapucera.

Lo suyo era la salsa, de la que sabía como el que más, además conocía al dedillo todo lo que tuviera que ver con la música cubana. Era de firmes convicciones, sibarita en su dieta y fino abejorro en sus modales. Discutir con Enrique te ponía al quite ya que entraba en liza con suma facilidad. Fiero y desafinado en la discusión, a la hora de las cosas serias se convertía en un notario y afilaba unos documentos formales y exactos. Pero el verdadero Enrique te lo topabas en los escritos semanales que acompañaban a las sesiones. Limaba sus garras literarias al milímetro, se atrevía con géneros musicales que se salían de su conocimiento y acababa dándole soniquete hasta el más insulso de los textos.

Los compañeros queremos recordarle con unos pasajes de su vida en Radio Gladys Palmera, indisolublemente unida a Enrique Romero o Enric Romaní o Enrico Rosmarino, nuestro inolvidable Molestoso.

Declaración de principios molestosos en Picadillo


 

Alejandra Fierro Eleta, fundadora de Radio Gladys Palmera


“El día que yo me muera quiero que me entierren allá, en el cementerio de los bravos con la clave en la mano e ir bailando mi guapachá”
Adiós, compañero.

Alex García Amat, director de contenidos musicales en Radio Gladys Palmera


Algunas de las mejores y más intensas horas de radio de estos 18 años en Radio Gladys Palmera las viví contigo. Muchas de ellas embarcados en aquel subversivo Picadillo a cuatro manos en directo, en las madrugadas de los viernes. Una colaboración que surgió sin esperarlo: un día giraste un micro y lo apuntaste hacia mí, me invitaste a lanzarme al vacío y a encontrar lo que buscaba sin saberlo. Aprendí muchas pequeñas cosas importantes desde entonces gracias a ti.

Compartimos extremos, diferencias y parecidos razonables: de Palmieri a Dylan, de Lavoe a Scott-Heron… nos intoxicamos mutuamente de manera irreversible.
Fuiste uno de los pocos con los que sentí siempre que la radio no empezaba o terminaba con el letrero de “en el aire”. Siempre nos acompañó, nos la llevamos a todas partes: en las cenas los días de programa, los cócteles de después y más allá, cada día. Cada vez que nos veíamos. Radio y música. (Fuiste junto con Alejandra Fierro Eleta de los que sintieron que Radio Gladys Palmera es un estilo de vida).

Y qué música… nunca nos valió cualquier cosa, ¿verdad? Nunca he discutido tanto con nadie sobre lo que debía o no sonar en la radio. O sobre el porqué de un álbum fallido o extraordinario. La música nos unió y casi nos separó. Todo al rojo vivo, sin concesiones, como de costumbre. También me enseñaste, sin renunciar a lo exquisito, a luchar contra los prejuicios (que es una de las razones por las que existe Radio Gladys Palmera).

Te debo estas palabras y mucho más. Un último programa especial sobre Dylan del que estabas al tanto, por ejemplo, y que preparo y grabaré estos días con total dedicación. Sin concesiones, por supuesto. Ni una. Como te hubiera gustado.
Te recordaremos siempre fuera y dentro de la radio. Estás “en el aire”, keep on rockin’ mi querido socio, contrincante y amigo. Enrique Romero Cano.

Jose Arteaga, editor de Radio Gladys Palmera


No sé si es la mejor foto de Enrique, pero para mi gusto es la más significativa y mi humilde manera de decirle adiós. Atrás suyo El Barrio Music Center en Manhattan, delante un buen par de maracas y en sus labios un cigarrillo cuyo humo le da en los ojos. Fue tomada en 2008 durante un viaje de trabajo que hicimos a Nueva York para Radio Gladys Palmera. Enrique fue incandescente, efusivo, drástico, impulsivo, radical, entusiasta, bravucón, salsero bravo, siempre con su desarraigo a cuestas y con el humor negro a viva voz. Cosechó muchos amigos, pero también dejó a su paso una buena cantidad de peleas por ese temperamento tan suyo y ese picadillo que le imprimió a la vida. Indiferencia ninguna. Por eso se autoproclamó El Molestoso. Enrique Romero Cano fue un buen amigo y un excelente compañero. Como diría Cheo Feliciano, ¡buen viaje, mulato, buen viaje! En esta tierra que dejas te extrañaremos mucho.

Diego A. Manrique, locutor de El Mapa Secreto


Se hacía llamar “El Molestoso”
Se me amarga el domingo al llegarme la noticia de la muerte de Enrique Romero, colombiano de origen que supo buscarse la vida en Barcelona. Como DJ y radiofonista, Enrique era un militante de la salsa dura y de las más nobles músicas caribeñas. En la defensa de su estética brava, arremetía contra las imposturas de la modernidad y se podía mostrar como un gran tocahuevos: su alias era El Molestoso. El apodo venía de un mambo grabado en 1963 por Ismael Quintana con Eddie Palmieri para el sello Alegre, en NY  Enrique y un servidor corrimos disparatadas aventuras por Bilbao o La Habana que, me temo, no se pueden contar en un medio familiar como Facebook.

José Manuel Gómez Gufi, locutor de Planeta Jondo


Enrique Romero “El Molestoso”
Hace un par de años montamos una tertulia en el bar Coppelia de Barcelona. Allí Enrique contaba sus primeras impresiones recién llegado de Colombia. “Me encontré que Mingus B. Formentor daba una conferencia sobre salsa en la Universidad”. Enrique supuso que había llegado a un lugar civilizado. Luego alquiló un despacho en la calle de la Cera…y pensó “esto está lleno de colombianos”. Por allí caí en mis búsquedas de los rumberos catalanes y fue la última vez que nos reunimos con una mesa por medio, decidimos que nuestro espacio natural eran los bares.

Años más tarde bautizamos aquella manera de trabajar como Los Hombres de las Tabernas fue una noche que cayó un diluvio en el Mercat de Vic y que vivimos otra rumba oficiada por Rafaelito Salazar con los Ai Ai Ai cantando subidos en la barra de la taberna.

La rumba para el que la trabaja
Ver a Enrique era siempre una tarea ardua y gozosa. Una de sus consignas era ¡salsa y placer hasta el amanecer! Y era literal, luego lo cambió por ¡Salsa y placer hasta vencer! y eso requería un compromiso mayor. Uno se iba a la cama con la sensación de haber peleado intensamente. Así que creo que sí, que aquello era trabajar. Y en eso estoy, preparándome para todos los encargos que me hizo. Una conferencia para el ciclo que puso en marcha en el número cuatro de la revista El Manisero: Los rumbos de la rumba y el reto de contar un viaje alucinante que compartimos en Cuba y un festival de salsa en Tanger (Marruecos) y… ¡Dale duro, Mulato!

Carlos Elías, locutor de Calle Heredia


La primera vez que hablé con Enrique Romero fue en los primeros estudios de Radio Gladys Palmera en Esplugas de Llobregat. Era el año 1999. Aunque lógicamente ya lo conocía de verlo, popular como él era entre los aficionados a la salsa y a la música cubana, en el escenario de Sala Antilla de Barcelona, presentando el espectáculo de turno. Hoy, cuando todavía no le hemos dado el último adiós, me quedo con dos recuerdos de aquellos primeros días de la emisora. Ambos hacen referencia al programa que dirijo. El primero, a él le gustó enseguida el título: “Calle Heredia, me encanta…”, expresado con la determinación con la que él siempre decía sus cosas. La segunda, a la semana siguiente me tenía preparada esta postal, en blanco y negro, que hoy no he sido capaz de encontrar en casa y que el mes de julio de 2001, compré en el aeropuerto de La Habana.

María Jose López, la Morocha, locutora en El Vermut


Contigo aprendí a ver la luz del otro lado de la luna… y tantas otras cosas. A vivir la buena música como nunca, a emborracharme con cava sin mirar el reloj, a no tocar con los pies en la tierra –aunque fuera solo hasta el amanecer-, a leer a Borges y a Leon de Greiff. Tú que me bautizaste Morocha, tú que me descubriste el paraíso salsero gabacho hace ya 17 años, tú me animaste a que me lanzara a esto de la música cuando sólo sabía escribir anuncios de publicidad…

Contigo, Romer, Rumijelé, reí, bailé y lloré. Gurú, maestro, viejo amigo, me dejaste tu mejor herencia, lecciones de música y de vida. Así quiero y voy a recordarte, aunque me duela por dentro y ya note tu vacío. Allí estás en cada postal, cada frase, cada tema grabado con nocturnidad y alevosía. Como diría Hector Lavoe, “en el album de mi vida en una página escondida allí te encontré”.

Ramón Fernández-Larrea, locutor en Memorias de La Habana


La noticia inaugura y rompe el equilibrio de este domingo 6 de noviembre: ha muerto en Barcelona Enrique Romero Cano, El Molestoso, mi amigo de mirada burlona y frases cortantes como navajas, de mentón desafiante y corazón de azúcar prieta, el hacedor de diversos y condimentados “picadillos” sonoros, el hombre que inundó todos los rincones de la ciutat con las resonancias de la salsa y del son, y de aquellos trinos del tres de Arsenio Rodríguez, y las trompetas de la Sonora Matancera que se le incrustaron en el alma desde que escuchó aquella música invencible en las victrolas de su infancia.
Fue una sola frase en Whatsapp, escrita por un amigo común que acababa de aterrizar en Madrid de regreso de La Habana: Ha muerto Enrique. Y la desolación es más grande que el sol de esta mañana, que el mismo pesado silencio y que las viejas piedras del recuerdo.

Lo conocí en La Habana en 1994 cuando llegó de embajador de la revista El Manisero, que se hacía en la carrer de la Cera, cerca de donde luego viví muchos años. Llegó a matarme el hambre del período especial, y a descubrirme un país que yo había perdido: el país de la música, ese que ningún gobierno de este mundo puede arrebatarnos.

Luego me fui a llenarme de mundo y a respirar como se debe y, tras una parada en las Islas Canarias, en el arribo a Barcelona, allí estaba el Enrique con su mano franca y aquellos ojos burlones y buenos, y su manía de decirte de frente, directo en la cara, lo que nadie quería escuchar, porque él tenía que sacarse las verdades de adentro.

Y fuimos más amigos desde entonces, y fundadores de ese hermosísimo proyecto que inventara Alejandra Fierro, y que sigue llamándose Radio Gladys Palmera.
Allí lo vi por última vez el mediodía del 16 de octubre del 2015.

Enrique saboreando decir y que le dijeran El Molestoso. Enrique poniendo salsa brava, salsa del barrio cuando New York era el Bronx y también el Palladium con Machito Grillo y Tito Puentes haciendo temblar los ladrillos del subway. Enrique inmerso en la sangre total de aquellos boleros guapos de Orlando Contreras y los boleros cortavenas de La Lupe, la India de Oriente o Panchito Riset.

Fue el primero y el único que me dijo “mulato”, porque para Enrique Romero el mundo no era en blanco y negro, sino mestizo como el batir de todas las músicas.

Y en una entrevista que me hiciera en Radio Badalona dijo que yo era el tipo que en Cuba ponía música extranjera y en el extranjero ponía música cubana, y eso me hizo cagarme de la risa para siempre.

Barcelona va a ser una mierda sin ti, Enrique Romero, sin verte cabalgar hacia la noche con aquellos bolsos donde llevabas todas las casas de este mundo, y los mejores solos de trompeta o de bongó, y tal vez, quién sabe, el corazón de Charlie Palmieri, o un golpe seco de Mongo Santamaría.

Que se prepare el diablo ahora, Enrique Romero Cano, porque le vas a llenar las noches del infierno de nuestra música. Espero verte allí, discutiendo con él, pasándole un brazo por los hombros y llamándolo “mulato”, cuando yo también llegue una noche de estas.

DJ Floro, locutor de Sonideros en Radio3 y antiguo colaborador en RGP


Hay noticias que te golpean en lo más profundo de tu ser, una de ellas me llegó ayer a través de un lacónico mensaje, que me informaba de la muerte de mi querido amigo Enrique Romero “El Molestoso”, uno de los baluartes de la Salsa Brava y un gran defensor de la cultura e identidad latina. Su amor por Eddie Palmieri, le sirvió para escoger lo de “El Molestoso”, un apodo que también hablaba de su forma de enfrentarse a la vida con orgullo y ternura, entre tanta hipocresía. Hoy la salsa dura y otros ritmos caribeños, se han quedado huérfanos, lo mismo que las pistas de baile, los dj’s y las radios. Mulato, hasta el próximo Bembé!!

 

Teresa Navajas, responsable de comunicación en Radio Gladys Palmera


Parecerá premeditado, pero no lo fue. Verán: mi último gran encuentro con Enrique Romero fue en Babel Med en Marsella, el pasado mes de marzo. Hacía mucho tiempo que lo quería pillar por banda para que me contara su vida y milagros. La ocasión era perfecta, los había llevado a casa de unos familiares que viven en un pueblito de la Provence a escasos 100 kilómetros de Marsella y donde, como me imaginaba, nos iban a tratar como reyes. Queso, asado y vinos a bonanza, con un Enrique espléndido que no estaba dispuesto a dejar de saborear nada. Ese día estaba en su salsa, Marsella le traía buenos recuerdos y se pavoneaba del premio Ondas ante todo salsero y flamenco que se dignara.

Como en todas las grandes noches, decidimos tomar esa última copa que aguanta llena hasta las tantas. Y ahí lo tenía, sentado en un taburete en la esquina un bar oscuro argelino que ponía clásicos del raï, respondiendo voluntarioso a mi interrogatorio y sin quejarse ante ninguna impertinencia. Le pregunté por sus días en la militancia política, por la profesión de sus padres, sus primeros trabajos, cómo un salsero terminó trabajando en moda, los días del Manisero y lo más delirante para mí, cómo llegó a parar en Radio Gladys Palmera. En esa historia hay chicha para un documental.

A Enrique se le podía achacar muchas cosas y todas probablemente eran ciertas pero había algo en él tan brillante como escaso: era un tipo honesto. Ningún adorno ni embeleso en sus respuestas, la verdad cruda como él la había vivido, sin ahorrarse detalles y con un halo de orgullo tan imponente para los fracasos como para los triunfos.

Aquel día terminó como debía; nos despedimos en la puerta del ascensor de nuestro hotel, planta cuarta: “querida mulata, buenas noches y perdona todo lo que has dicho”.

Salsa y placer hasta vencer